viernes, 17 de febrero de 2012

TRAS-PARENTISMO

TRAS-PARENTISMO

Por N

Mátalo -le dijo la psíquica con autoridad -eso resolverá de golpe todos tus problemas.

La crédula le cuestionó con insegura y temerosa voz: ¿Y si me agarran?

- Eso no pasará, te aseguro. Las cartas están echadas a tu favor y te pronostican buen fin y además otro amor. Confía en mí.

Juana provenía de una familia humilde. Por ser la mayor, le tocó la pronta responsabilidad de cuidar a toda la chamacada de cada uno de los diferentes padres que cada 10 meses y por varios lustros su ignorante y prolífica madre generaba puntualmente. Cada padrastro que tuvo abusó de alguna forma u otra de la insignificante e improvisada niñera. Aguantó con estoicismo total hasta que tuvo el valor y edad suficiente para salirse de aquel remedo de hogar. El destino la encontró con Pancho, quien para convencerla de irse a vivir con él, le prometió el sol, la luna y las estrellas. Una vez conquistada lo único que le cumplió fielmente fue la estrellada constante del puño enamorado sobre ese sumiso rostro. Por azares extraños del destino hasta ese momento la vida había sido cruel en extremo con ella. Ya estaba acostumbrada, incluso resignada a perder siempre. Nunca imaginó que un vil anuncio de papel tirado en la calle que resaltaba las palabras: “DARÉ SOLUCIÓN A TUS PROBLEMAS, 100% GARANTIZADO” le cambiaría la vida.

Se decía vidente espiritual. Tenía fama de hacer buenos trabajos. Su diversa clientela estaba compuesta de artistas, políticos y gente acaudalada en general, aun así se publicitaba en volantes, revistas, radio incluso televisión, por tal motivo siempre tenía la agenda llena, sin embargo por “equis” circunstancias un altísimo funcionario no asistió a la sesión programada esa tarde. Fue cuando Madame Swindle (quien en realidad se llamaba Hermelinda) conoció a Juana y la historia de su tormentosa relación con Pancho. La escuchó atentamente y a partir de ese momento empezó a hacer su gestión. Primero fueron consejos, después limpias, hechizos y otros menjurges. A medida que los rituales aumentaban en complejidad, la eficiencia de los conjuros acrecentaba milagrosamente, igualmente los costos del tratamiento. La muchacha tímida y sin recursos se vio en la necesidad de avisparse, de hablar más, de atreverse a más si es que deseaba seguir solventando aquellas componedoras y onerosas citas. Juana aprendió a confiar ciegamente en la hechicera. Todo lo que le había preparado, todo lo dicho o presagiado se había cumplido a cabalidad, aún así cuando le pidió el sacrificio de su pareja sentimental titubeó.

Pancho creció en un hogar desintegrado. Creía ser el centro del universo y por tal motivo conceptualizaba que podía hacer y deshacer a su antojo, pensando que jamás pagaría las consecuencias de sus actos, conforme pasaba el tiempo cada vez más perversos, por cierto. Tuvo la fortuna de contar con alguien que le atendiera y a quien pudiera joder al mismo tiempo. Primero fue su madre, hasta que la mató de un disgusto y de ahí una serie de cándidas infortunas que tenían la desgracia de caer en sus encantadoras garras. Hasta que conoció a Juana.

La vida da vueltas. A la fecha nadie sabe de Pancho, sus compas de parranda sospechan levemente de la insulsa Juana, pero terminan desechando tan absurda y atrevida hipótesis. Es mejor creer que se fue de improviso a probar suerte al otro lado. La verdad es que se perdió en un mar de muertos, dentro de una nación donde sólo se resuelven dos de cada cien casos de asesinato, habitando en una comunidad donde todos los días amanecen, al menos, diez muertitos en la calle y ya ni quien se inmute, es más, es parte de la cotidianidad; daños colaterales, dirían otros. Madame Swindle empezó a creer que realmente tenía poderes mágicos y una mala predicción a un frustrado candidato presidencial le obligó a huir del país. Juana está enamorada, plena y feliz.

En otros lugares de esa gran metrópoli, simultáneamente, otros varios altos funcionarios han cancelado sus citas con sus asesoras psíquicas personales. Otro tanto de Juanas han comenzado a contar a sus nuevas confidentes lo dolorosamente amorosos que son sus Panchos respectivos.

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